HUMBOLDT, AL OESTE DE TN


RELATOS DE LA VIDA Y SUCESOS DE UNA PROFESORA VISITANTE 1. EL RECIBIMIENTO Llegué a Humboldt a finales de agosto del 98, sin dinero, sin dormir, y sin saber dónde estaba. Mi vuelo en Madrid tuvo dos horas de retraso, en Atlanta, otras dos horas de demora; una por la tormenta, el avión tuvo que sobrevolar la ciudad, y otra por los requisitos de la aduana, recogida de equipaje para pasar de un vuelo internacional a otro nacional: Atlanta- Nashville. Como perdí la conexión para Nashville, tuve tiempo de ir a los lavabos para asearme y cambiarme de ropa. Quería darle buena impresión a la persona que fuese a recogerme. Parecía una pordiosera, había sudado, y el conjunto chaqueta pantalón con el que salí de mi casa en Canarias, ya estaba casi negro. De manera regular, iba dejando mensajes en el único teléfono de contacto que tenía, el del responsable de ducación en Nashville. Siempre saltaba un contestador. Me parecía extraño que incluso cuando llamé desde Madrid, nadie me contestara. Llegué a Nashville a las diez y media de la noche, tardísimo para ser América, aunque con esperanzas de que ya estuvieran de camino. Me dirigí a información, di el nombre del responsable de educación. Lo anunciaron por megafonía, nadie apareció. Les di mi nombre, nada. El silencio más absoluto. Después de una hora de espera, decidí buscarme la vida por mi misma. -¡ Cómo siempre, vaya recibimiento, no sé por qué he vuelto a América, es mi sino ! Me dije enfadada en voz alta. Busqué un motel barato en uno de esos paneles que hay en los aeropuertos. 'Holiday Inn'. Cargué las dos maletas grandes. Cogí el ascensor, un taxi y respiré profundo. -¡Tengo que tirar para adelante, aunque no puedas más ! Mascullé. Al tener tanto sueño y cansancio, lo único que quería era ducharme y dormir. El motel era cutre, pero por lo menos estaba bajo techo, porque a esas horas de la noche, la américa rural es como un pozo negro. Me duché, fumé y pensé si a lo mejor había ido alguien a buscarme y le había pasado algo por el camino. Todo un misterio. No estaba desmoralizada, solo desconcertada. No me había dado un bajón, todavía estaba entera. El estar en un lugar nuevo, me daba ánimos, lo desconocido me atraía y tenía ilusiones. Me levanté temprano. Dormí a ratos, era el mes de agosto y a lo mejor estaban de vacaciones. Nadie respondía. Más mensajes. Parecía 'Pulgarcito', el que iba dejando miguitas de pan, yo, mensajes. ¿ Qué gavilán se las habría comido porque nadie me respondía ? Volví a marcar el dichoso número, y ...milagro, al primer toque salió una voz femenina. Le dije quién era. El número era real, estaba hablando con alguien. Acto seguido, se oyó su voz con un tono de preocupación exagerado: - Oh my Good, It´s you...I was very worried last night... Yo la escuchaba pensando en el teatro que estaba haciendo, y no me contestaba diciéndome si había oído la cantidad de mensajes que le había dejado. Y seguía diciendo esas cosas que dicen los americanos para hacerte ver de que se preocupan por ti. Por fin me contestó a la pregunta. Sí, los había escuchado por la mañana, y que ella era la encargada de irme a buscar, pero como no tenía ningún mensaje en el teléfono de la oficina, se fue tranquilamente a su casa pensando que quizás todavía no había llegado - lo de tranquilamente lo añadí yo -, porque, vamos a ver, si tienes que ir al aeropuerto, déjale más de un teléfono a la persona que llegue, para por lo menos cambiar de número al marcar. - ¡Mentira !, pensé, dejé mensajes desde por la mañana, diciendo incluso los números de los vuelos, los retrasos y cada mensaje, porque pensaba que había alguien interesado en recogerme. Y no esas pamplinas del 'sorry' que tanto dicen los ingleses, éstos también son tan hipócritas como los otros, pero se les nota más, la voz era más fingida. - ¡A buena hora señora, ahórrese la perorata ! pensé. - ¿Y por qué no me dieron su teléfono particular para prevenir esto ? No hubo contestación. Se acabaron las disculpas. Estaba pisando tierra extranjera con unos bríos desacostumbrados para ellos. Claro, que aquellos parajes no estaban la América civilizada. Si llegas tarde, aunque tengas la excusa de venir de Europa, se considera que ya estás fuera del horario de trabajo. ¡ Bonito recibimiento ! Posteriormente me enteré de que es así, por lo tanto, ante un retraso de más de dos horas, tienes que buscarte la vida. Me lo tendrían que haber dicho antes para haberme ahorrado los mensajitos, ¡ coño, carajo y puñeta !, vaya con los americanitos que bien organizados están ! Me fui enterando en posteriores conversaciones, que la señora había dicho que su hora de acostarse eran las once de la noche y que más tarde no pensaba en recoger a nadie. -¡Pues que no le encarguen a la señora los recibimientos, que pongan a alguien más joven! Les contesté airada. Cuando quedamos y me fue a buscar al motel, la vi en realidad, era muy mayor, ágil, pero en España no se le encarga a una anciana esas tareas. Sería que en la América profunda no se jubilan. En efecto, allí para pagarse la seguridad social, continúan con trabajitos de ese tipo. Es mejor que te den una dieta y se desentiendan de recibimientos irreales. A mi nadie me pagó nada. Tengo que escribir en defensa de la señora, que murió al año, creo, de yo dejar el puesto de trabajo. Pues más razón tengo, estuvo trabajando practicamente hasta sus últimos días. ¡Qué diferente éramos ! En España, a una señora de esa edad no se le encargan trabajos tan duros. No esperaba la banda municipal, pero por lo menos a alguien con energía para ayudar. Recuerdo que cuando fui a Trabajar de profesora a California, mi avión se retrasó mucho más, pero allí sí me esperaron. Incluso pensé que no iba a haber nadie, pero, había una persona, la jefa del departamento de español, claro que era mejicana, y la diferencia se nota. Para colmo de males, me tocó tranquilizar a la señora porque su jefe también estaba preocupadísmo, - ¡No te jode! Le expliqué que había sobrevivido gracias a mi experiencia, aunque ella seguía pensando que con las excusas ya todo se solucionaba. Son tantas las veces que he oído ese tipo de disculpas, que me rebotan, no las escucho. A mis alumnos les digo que no me digan el 'sorry' porque es una burla continúada. Y les expliqué que en Inglaterra había un famoso 'skech' de los teleñecos en el que salía la cerdita 'Peggy' que primero decía 'sorry' y después daba una patada. Estaba claro que la intención de la disculpa no era real, pero no sirvió de nada, se ve que a la América profunda no habían llegado las variantes de significado de las palabras inglesas, y las siguen usando a la antigua. Llegó al motel, iba de rosa con tenis blancos, pelo haciendo juego, blanco, muy bien requete peinado. La señora típica de las películas americana, enseñando los dientes con una sonrisa blanca. Yo yo con el 'jet lag' puesto, sin tomar café, y molesta por tantas disculpas. Me llevó a su casa, era grande, como todas las casas americanas, con jardín, barbacoa, piscina. Dentro estaba su marido, y se empeñó en enseñarme muchísimos álbumes de fotos. Me fui a la terraza a fumar y a tomar Coca Cola,¡ qué calor hacía !. A las tres horas de entretenimiento, llegó el Superintendente, - ese es el nombre que le dan al encargado de educación, hasta para eso parecen de película de celuloide -. Mi cuerpo ya no era mi cuerpo, había perdido la noción del tiempo, no sabía si existía o era irreal. Como dice García Márquez, el cuerpo del viajero llega antes que su alma, pues yo, no había llegado ni en alma, estaba en 'alfa', solo era un cacho de carne con ojos. Y todo eso sin fumar, no me atrevía a decírselo, ya que cuando estuve en California, me miraban mal, porque para fumar, tienes que irte a tu casa, está mal hacerlo en público. Con el tiempo me enteré de que había más fumadores invisibles. Mi ayudante en clase, se fumaba cada día dos cajetillas junto con su marido. Eso está bien, ya salen fumados de casa. Para ir a trabajar a América, hay que sobrellevar el 'jet lag', no esperar que nadie te reciba, mantener una conversación de cinco horas sobre fotos familiares, eso sin añadir los vuelos y trasbordos. Me trataron como a un paquete que había que pasarlo al siguiente antes de que caducase. El cuerpo me hormigueaba, las manos con ronchas como mortadela, la cara hinchada. Estaba acorchada, abotargada. Pero había llegado a América, eso pensaba yo. El superintendente era un hombre de unos cincuenta años, se tenía por guapo, me dijo adónde íbamos, pero como era de Kentacky no le entendí , - es que en Kentacky tienen un acento endiablado. - Buen responsable de educacón-, pensé, -no se le entiende nada, después dirán que yo no sé inglés. ¡No te jode! De buena presencia, con bigote, no muy alto, muy reservado, astuto, y siempre me eludía, no sé por qué. ¿Será que llegué casi caducada, aunque me repuse y fui contestataria? Pues sí, les salí rana, igual todavía se acuerdan de mi, dejé huella. Se puso a conducir sin hablar, solo por teléfono con su joven mujer, supe que por segundas nupcias. Él ya tenía un nieto. A la hora de carretera desértica con solo 'Mols' a los lados, que son grandes superficies donde los americanos van los domingos a comprar más de lo mismo, pregunté: -¿Queda mucho? -Una hora y media, le entendí. Aunque quería descansar, no podía, era como una película de vaqueros en la que yo, una extra más, rellenaba el hueco que les faltaba: La Profesora de Español de España.

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