2. LA LLEGADA A HUMBOLDT


- ¡ Entonces !, ¿ Vamos a una ciudad distinta de Nashville ? exclamé desconcertada. Dijo que sí con un ligero gesto, como si estuviera cansado antes de empezar el recorrido. - ¿ Adónde ? Le miré. - A Humboldt, y enmudeció. Esto me pasa siempre por aceptar los destinos más arriesgados y sin saber muy bien á dónde voy. Había una plaza de profesora sin especificar y me pareció estupendo. No tengo solución, me gusta la aventura, y en este caso, lo iba a ser. Pensé en el naturalista alemán del siglo XIX que estuvo en Tenerife estudiando la flora. No podía ni imaginarme lo que se le habría perdido por aquellos parajes. No tenía fuerzas para explicarle que conocía los trabajos de Humboldt, seguramente, ni él mismo sabría quién era. Durante todo el curso, nadie me escuchó. -¿ Alemán ?, ¿ está Alemania en Europa ? Me decían tanto los alumnos como los profes a quienes se lo contaba. Menos el profesor de historia, que siempre sabía todo. Un señor mayor y bastante enrollado. Atravesamos el Estado de Tennesse en un coche americano, muy grande y bastante carraca. Íbamos a cincuenta y cinco kilómetros por hora. Aquello era interminable. Nos dirigíamos hacia el Oeste, cerca de Memphis. Tendría que haber cogido el avión y me hubiese evitado el recibimiento y al transportista. Me iba desmoronando poco a poco, me adormecí, intenté entablar conversación, todo eran monosílabos, desistí. Tampoco se le entendía muy bien. ¡Vaya jefe me había tocado en suerte! Al llegar a Humboldt, me entró una angustia asfixiante. El me dijo: -Esto es Humboldt. Me entraron ganas de llorar, desolado, calles que parecían garajes, nadie caminando, casas dispersas, y en la lejanía, un desierto. Una vez en su casa, me enseñó mi habitación, muy pequeña para ser América, pero me cambié y me tumbé un rato. No podía dormir, tenía el cuerpo 'revolucionado'. Las venas me palpitaban, la cabeza zumbándome. Necesitaba algo para relajarme, tila, o lo que fuese. No pude pedírselo a nadie, él se había ido, y su mujer no estaba. Ya por la tarde, ella llegó, más joven que él, unos treinta y pocos, agradable, pero lo justo. Me miraba asombrada, sería por mi acento y por el aspecto que tenía. Había caído en una comunidad de paletos del Oeste, puritanos - lo supe después al enterarme de que sus religiones eran muy estrictas -, distantes y socarrones. Esa primera impresión se confirmó , supe que eran hijos del cinturón de la Biblia. Así me los describieron cuando les expliqué a unos americanos dónde estaba. Fue en una fiesta en Connectica, un chico joven, amigo de la hija de mi amiga, soltó una carcajada tan sonora, que todavía me acuerdo. -¡Humboldt! It´s the Bible Belt !!! jajajajajaja. Durante la semana que estuve con ellos, al terminar las clases, me iba a caminar durante horas. Hacía un calor de horno, pero necesitaba explorar el plueblo y salir de la casa. Al ver la calle principal, me dí cuenta de dónde estaba. Había un cine mortecino, una zapataría con botas para 'cowboys', y tiendas de segunda mano muy cutres, un banco -en el que me ingresaban el cheque mensual -, una oficina de correos, un edificio de la comunidad donde tiene su oficina mi jefe, la policía, y para de contar. Típico de un pueblo del Oeste americano. Cuando hay que hacer alguna diligencia importante, hay que desplazarse hasta las ciudades cercanas: Jackson, Trenton y Medina. Allí no se podía hacer nada, incluso, el médico quedaba a bastantes kilómetros. La gente que veía por la calle principal, vendrían de sus ranchos o de sus plantaciones a comprar víveres para la semana. 'Wal- Mart' es una gran superficie, pero no tiene cafeterías ni tiendas, solo estanterías para compras al por mayor. Iban por las tardes a comprar, la gente se retira temprano, y solo los jóvenes recorren la carretera una y otra vez con sus coches destartalados, o hablando en grupos. Cuando iba a fisgonear por las tiendas, me solían pregunatr de dónde era. Después se enteraron de que era la profe de español, la única europea en Humboldt y en varios kilómetros a la redonda. La gente de Tennessee, tienen fama de cerrados entre los americanos de los otros Estados, y en ese pueblo en particular, más. Tennessee, es casi rectangular, y está rodeado por nueve Estados: Mississipi, Alabama, Georgia, Carolina del Norte y del Sur, Virginia, Kentacky, Missuri y Arkansas - de donde vienen los tronados -. Encontré un día una cafetería abierta en la calle principal. Pude tomar café dos veces, después, ya no tuve más suerte, la cerraron. Al principio, iba caminando a todas partes. Me levantaba a las cinco de la mañana. Después fui con la mujer del superintendente, pero como ella quería estar en el instituto a las seis de la mañana, tenía que seguir madrugando. Más tarde, el profe de historia me acercaba, fumador empedernido, con el que pude tener unas charlas entretenidas. Necesitaba un coche lo antes posible, no me dejaban ir en el autobús escolar. Hubiese sido más fácil, pero las normas eran muy estrictas. Un día, cansada del horario escolar tan prolongado, les dije que eran unos adictos al trabajo, y les expliqué que en España salíamos corriendo del trabajo porque teníamos vida privada. Pero allí, como no había adónde ir, el centro de trabajo era él único entretenimiento. Por las tardes, el entretenimiento era cuidar a los alumnos mayores en sus fiestas, o montar un quiosko, o de reunión para alguna rifa. Total, que aquello era jornada intensiva a diario. Yo me iba sola a pasear, a arreglar la casa, a la biblioteca, o a comprar algún billete de autobús o a programar algún viaje. De todas formas, era un tedio contínuo. Para volverse loca de atar. Un día vinieron unos amigos de mi jefe y me dijeron que me iban a llevar a un partido de fútbol americano, a un club de jazz, y no sé a cuantas cosas más. Tardaron mucho en decidirse, y ya bien avanzado el curso, logré ir a ese partido de fútbol, y al club de jazz también, pero todos los fines de semana ellos se iban y tuve que buscarme la vida yo sola, como siempre, tanto me acostumbré a hacer mi vida, que ellos ni se enteraban de mis andanzas, y eso era difícil en un pueblo tan pequeño. Nunca fui a la barbacoa que me prometieron, pero recuerdo que una noche fuimos a cenar con esos amigos. En el restaurante solo había 'cat fish, que es como merluza, parecido al 'fish and chips' inglés, pero en vez de envolverlo en papel de periódoco, como hacen los ingleses, lo sirvieron en platos. Eran unas porciones tan grandes, que con una sola hubiésemos podido comer todos. Como tema de conversación, salieron a relucir los idiomas que sabíamos. La señora que venía con su pareja, dijo que dar clases era horrible, sabiendo que todos éramos profes. Yo añadí que las clases de idiomas eran más divertidas. Lo hubiesen sido si me hubiesen dejado libertad para organizarme. Todo era muy estricto, y el alumnado muy difícil. El acompañante de la señora a la que no le gustaba dar clases, llevaba un palillo en la boca y lo mantuvo durante toda la velada. Allí nadie sabía más idiomas que el americano, y orgullosos que estaban de ello. Incluso el superintendente aclaró que nunca se le hubiese ocurrido aprender ninguna lengua extranjera, a lo que la señora antipática añadió: - ¡And even you don´t know your own Language! (incluso no sabes ni el tuyo propio) Pasó un ángel, nadie dijo nada. Pensaron que yo no lo había entendido, porque como hablaba inglés británico, ellos pensaban que no sabia su idioma. Y yo pensé: - Si este es el responsable de educación, ¿ cómo serán los demás? Él y su nueva esposa eran de un pueblo de las afueras donde solo había caseríos, y me dijeron que Humboldt les parecía muy grande. No sabían los códigos internacionales para hacer llamadas a Europa, tampoco habían cogido nunca un avión. La directora del instituto tampoco había salido de la región, una vez dijo que solo había salido dos veces de Humboldt, una sería para ir a estudiar la carrera y otra para volverse al pueblo. Tiempo me dio para pensar: ¿ Por qué pedirían una profe de español que viniera desde España si no sabían dónde estaba ? ¿ Cómo pueden apuntarse a un programa de lenguas modernas sin tener interés ? Respuestas encontré: Fue una experiencia que no volverían a intentar. El inglés británico para ellos no era aceptable, ni la mentalidad europea tampoco. Seguramente repetirían la experiencia pero com algún profe de Latino América, por lo menos les queda más cerca. Porque por mucho que intenté explicarles los países europeos, con diapositivas, filminas, libros y demás, muy pocos alumnos se interesaron, y exactamente, solamente a dos profes les pude hablar de mis costumbres: al de historia y al de plástica - quizás por ser un artista, tenía la mente más amplia -. -

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