OCHENTA DÍAS EN BERLÍN

- ¿Vive en el cuarto piso? Le preguntó el señor que se había subido al ascensor con un extraño timbre en la voz.



Gertrudis sólo vio el bigote oscuro recortado a lo 'Hitler' del hombre. ¿Será un militar de la Gestapo retirado?, pensó. Después, se concentró para contestarle con una respuesta elaborada, y con el mejor acento alemán que pudo, le respondió: - Sí, en el cuarto,... se lo he alquilado al Dr. Kreutzer por tres meses... Quiso explicarle que un extraño le había tocado en la puerta del piso, tras intentar primero introducir el llavín en la cerradura, pero como ella había dejado las llaves puestas por dentro, no pudo entrar. Imposible, no sabía suficiente alemán para contárselo.



Sólo unos minutos antes, mientras pintaba el panel de la entrada del apartamento, el tintineo de las llaves al moverse en la cerradura, y acto seguido el sonido del timbre, hizo que se le cayera la brocha, pegó el ojo a la mirilla y dijo la misma frase que repetía a cualquiera que presionara el interfono : - El Dr. Kreutzer está en Paris, soy extranjera...



No le dio tiempo a terminar la retahila. Esta vez tenía a alguien delante de la puerta, le oía respirar con agitación.



-Yo soy el Dr. Kreuzer, respondió un hombre joven con un bigotillo a lo 'Chaplin. Su cara a través de la mirilla le pareció amenazante, la boca sudorosa, la nariz rota como la de un boxeador, le pareció corpulento, no quiso mirar más, se retiró de la puerta y oyó como el extraño se dirigía hacia el ascensor.



-¿Habla inglés?, le grito desde dentro,- no puedo abrirle, vuelva mañana, le dijo para ganar tiempo. Se limpió con agua la pintura lo más rápidamente que pudo y salió pitando hacia la agencia que le había alquilado el piso. Les pediría explicaciones de porqué un extraño había intentado entrar en el piso haciéndose pasar por el casero.




El Otoño había empezado muy fuerte, parecía invierno. Su escasez de ropa de abrigo le obligaba a vestirse como una cebolla: panties, calcetines, calentadores, body térmico, camiseta, sueter de entretiempo, chaleco, y, la gabardina ya no le cerraba. Esta vez, salió casi con lo puesto, se miró en el espejo oscuro del ascensor. Parecía una emigrante recién llegada. Su aspecto dejaba mucho que desear, sería por eso por lo que una vez, un taxista le había comentado que si era polaca.








Al llegar a la planta baja, Frau Schmidt, con su cara de ratoncita, rubia descolorida, con ojos color agua viva y naricita rosada, daba unos pasitos cortos y rápidos como los de su perrita. Un lacito rosado recogía el flequillo blanco amarillento de su 'White Terrier'.


-Estará compinchada con el supuesto casero y con el militar, pensó asustada.



Herr Rudolf no sacó en ningún momento las manos de su cazadora de cuero marrón. Saludó a Frau Schmidt con una ligera inclinación de cabeza, y mirando a Gertrudis, le deseó una feliz estancia en Berlín. Su aspecto de militar de La Gestapo le inquietaba. Durante el trayecto de bajada, se sintió amenazada ante un posible disparo a bocajarro a través del bolsillo de su cazadora.



Su nerviosismo la delataba, había bajado rápidamente ante la insistencia del extraño que le había tocado al timbre de la puerta.



Miró en ambas direcciones, sólo vio a Herr Rudolf que caminaba lentamente hacia la avenida principal, 'Kudam', por esa zona solía haber más gente. Allí estaban los cines y teatros, pero no quería seguirle los pasos.



Frau Schmidt se retrasó y se entretuvo mientras su perrita olisqueaba un pis seco en la loseta de la entrada, después, cruzó la calle apartando las hojas secas para que el animalito no se enterrara entre los montones apilados al borde de la acera. Era mucha coincidencia haberse encontrado con ambos al mismo tiempo, y que Herr Rudolf le hubiese preguntado dónde vivía, cuando llevaba casi tres meses en el edificio, y nunca se lo había tropezado en el ascensor.



Gertrudis, cogió por la calle de enmedio, fue corriendo a la agencia, se sentó y sonrió con esfuerzo a uno de los empleados. Alguien daba las quejas de una avería, no entendió más. Tuvo que esperar un buen rato, para ella una eternidad, el tiempo se alargó demasiado, miró por las cristaleras, ya no había claridad en la calle, aunque eran solamente las cuatro y media de la tarde.

El gris plomizo de las nubes quedó cubierto por una gran lona negra, como las que usan para proteger las piscinas en invierno. Las farolas con su luz amarillenta, mortecina, y los faros de los coches iluminando la calzada negra, no le dejaban escapatoria, estaba metida en un túnel, y la oscuridad le rodeaba.

Necesitaba un poco de claridad, que algún rayo de sol ténue se asomase algún día por la ventana de la cocina por lo menos.


Tenía que saber quién era aquel indivíduo que se había presentado haciéndose pasar por su casero.
-Pues no, le dijo el empleado de la agencia en un correcto inglés, - el Dr. Kreutzer no nos ha dicho nada de que haya vuelto a Berlín. ¿ Está segura de que oyó ese nombre? ¿No se habrá equivocado?


-Segurísima, estoy completamente segura, le dijo enfadada.
-¡Vale!, llamaré al Dr. Kreutzer para aclarar este equívoco, le dijo de mala gana el de la agencia.
-Puede dar una vuelta mientras lo localizamos, añadió.


Ya había oscurecido, no quería pasar por debajo del puente de nuevo, paseó por la calle mirando con nerviosismo los escaparates. Las hojas amarillas y ocres volaban en tirabuzones, las de color bermellón pendían de los castaños. Las copas de los árboles ofrecían su calvicie incipente, y sus ramas, como neuronas secas, apariciones de cuentos de miedo.



-¡Qué angustia!, murmuró sentándose en un banco, ¿Qué extraño es todo esto?,¡ Y qué frío hace, coño! Miró el anuncio de la agencia de alquiler: 'Mitwohnzentrale', entró.

- Nada, no contesta al móvil, le dijo el empleado con cara de aburrimiento, -vuelva mañana, ya vamos a cerrar.



Resignada, volvió por el camino más largo, rodeó el puente, recorrió la avenida, no había nadie. Las farolas iluminaban algunos tramos de la acera. A los lados de la calzada, había charcos, barro e inmensidad de hojas secas desperdigadas.



Repentinamente, se acordó de sus vecinos. Eran muy simpáticos y le habían dado la vienvenida desde el primer día. Le preguntaría a ellos qué aspecto tenía el Dr. Kreutzer y saldría de dudas.

-No, el Dr. Kreutzer, no es joven, es un señor mayor, le dijo el vecino.

-Pero su hijo puede estar en Berlín, añadió su señora.



Gertrudis no sabía a quién le había alquilado el apartamento, si al padre o al hijo. Les agradeció su cortesía y se despidió dándole las gracias. Toda la angustia que había pasado, se fue desvaneciendo. Había pasado cerca de tres meses en Berlín, sin oportunidad de hablar en alemán con nadie, sin aparato de televisión, con un otoño infernal y sin ropa de abrigo; con sospechas de haber descubierto a un policía de la Gestapo y a su posible compinche o amante, y para colmo de males, uno de sus caseros había tratado de entrar en la casa, ¡vaya panorama!



Al día siguiente se fue a una agencia de viajes y compró un billete para salir de Berlín antes de lo previsto. El otoño ceniciento y la oscuridad permanente en la que había estado envuelta le habían jugado una mala pasada.


En efecto, el hijo del casero, sin previo aviso había intentado abrir el piso para coger un archivo de la bilioteca, por eso metió el llavín en la puerta del piso pensando que la inquilina estaría de excursión, esa fue la explicación que le dio, y como era temprano, ni se molestó en pasar por la agencia. Pensó que nadie se enteraría, ya lo había hecho otras veces sin que nada ocurriera. Esta vez tuvo que aguantar la bronca que le echó la actúal inquilina.



- ¡Qué señora tan dramática!, le dijo al empleado de la agencia, - sólo tenía unas horas para coger el archivador del piso, y además tuve que retrasar el vuelo a París por su culpa... no comprendo por qué se ha enfadado tanto conmigo.

Comentarios

  1. Curry, no sabía nada de esta habilidad para el micro relato. Muy buenos todos. Sigue escribiendo, que se te da muy bien. Echaba de menos tu humor ácido a veces, ingenuo otras, pero siempre inteligente. Un beo

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    1. Hola, no sé quién eres. Gracias por leerlos. Tengo que aprender a ponerles fotos y a promocionarme, jejeje.

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  2. Que no le des pellizcos a la Merkel en el muslo. Ellos son así de serios...

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