EL MINOTAURO DE ROCA VOLCÁNICA


Se lo encontró a la vereda del camino, entre cardones, tabaibales, pencas y helechas salvajes. Reposaba de su sueño mitológico. Había recorrido rodando toda la ladera desde la cima de la montaña desde donde se despeñó, hasta la acequia que le acogió en su seno.
Estuvo reposando apaciblemente unos cientos de años, durante ese tiempo, los musgos y líquenes le envolvieron de tal forma, que su apariencia era la de un vegetal cualquiera. Su cuerpo verduzco era lo más parecido a un sapo petrificado. A él no le importaba estar camuflado, al contrario, le divertía, porque sabía que con el paso del tiempo volvería a revelarse su verdadera identidad. Y así sucedió, solamente tuvieron que pasar unos pocos cientos de años más, para que su materia inicial volviera a aflorar: era bauxita pura y destellaba al sol como un diamante negro. Esa etapa de su vida, aunque le divirtiese en un principio, le llegó a aburrir hasta el tedio, ya se había cansado de estar metamorfoseado en un vegetal con forma de anfibio. Él, pertenecía al Reino Mineral, y se sentía muy orgulloso de sus orígenes. No quería seguir aparentando una imagen que no le pertenecía, aunque le había ido muy bien haber tenido la apariencia de sapo-vegetal. Fue un disfraz muy socorrido, nadie se ocupaba de él y le dejaban seguir reposando. Durante las noches de luna llena, rememoraba sus orígenes: la explosión del volcán, la lava que le dio forma quemándole el corazón, y los lápillis que cubrieron de cenizas a los cantos rodados que le acompañaron en su descenso. Fue una génesis muy dolorosa, se alegraba de permanecer a la vera del camino refrescándose y reponiéndose de su agitado nacimiento. Su cuerpo se fue vigorizando y creció unos centímetros entre la calma de los bosques de laurisilva y el silencio sordo del sendero. Pero algo insólito sucedió en el último periodo de su estancia en la acequia, unos ruidos extraños se dejaron sentir en la lejanía, los percibía cada vez más cercanos, hasta tal punto, que llegaron a crearle un insomnio plagado de pesadillas. Abrió un párpado con pesadez, y con gran asombro, vio a unos seres extraños parecidos a los unicornios que habitaron los valles en su niñez. Éstos, tenían la cornamenta a ambos lados , y se movían sobre dos patas redondeadas. Producían unos ruidos parecidos a las explosiones del volcán pero de manera interrumpida, además echaban humo por la parte posterior. Eran como nuevos volcanes en moviento que lo iban llenando todo de un humo denso, maloliente. Esos ruidos penetrantes no le dejaban dormir su sueño, y no sabía qué hacer porque se proliferaban con gran rapidez, tampoco respetaban a los vegetales, a los que al echarles el humo, les quitaron el verdor refrecante que anteriormente tenían. Tanto se mustiaron, que terminaron por morirse, sólo quedó él a la vera del camino. Se alegró de no pertenecer al Reino Vegetal, era un mundo muy frágil. Él, gracias a su fortaleza había sobrevivido a explosiones más grandiosas, porque su verdadero imperio era el Mineral, resistente al paso del tiempo, impertérrito, imperecedero y sólido como una roca. Su aspecto se fue fraguando lentamente y su cuerpo cambiando hasta llegar a tener la forma de un animal mitológico; el viento y las lluvias habían excavado unos huecos por debajo de su vientre hasta parecer que tenía unas patas de animal. Se sorprendió en un día claro cuando se miró en la acequia. Su figura era impresionante, no podía ni imaginarse que era el mismo canto rodado, rojo humeante y flexible , que había salido de la boca del volcán unos pocos cientos de años atrás. Durante todo ese tiempo en el que dormitó entre vegetales, no se había sentido a gusto con su aspecto por considerar que no era atractivo; pero ahora estaba realmente guapo, hermoso, gallardo. Tanto se gustó, que pensó en tirarle los tejos a alguna que otra piedra que permaneciera aún por las cercanías. Era una animal petreo y descomunal, estaba en la flor de la vida, tenía buen color, y los cristalitos que se habían incrustado en su cuerpo le hacían resaltar más bajo la luz solar. Se enamoró tanto de su figura, que cada tarde, miraba al cielo clamando para que lloviera y así poder contemplarse en el agua clara de su acequia. Así de feliz cavilaba nuestro animal pétreo, que se remontó hasta a su árbol genealógico; que si sus antepasados habían sido importantes: su tatarabuelo un minotauro que habitaba en el fondo del volcán, su bisabuelo un dragón feroz que echaba fuego por las fauces, pero ambos, al enamorarse de unas esfinges esculpidas por Eolo, pasaron por amor a pertenecer al Reino Mineral puesto que se fundieron con el magma del volcán y emergieron como rocas llameantes. Su padre había sido una roca célebre que tenía una forma bastante interesante, y su madre producía a quienes la miraban la sensación de estar viendo una escultuta tallada por la mano de un artista. Tantas vueltas le dio a su linaje, que decidió echarse una novia de alcurnia, no quería retroceder en sus orígenes, tampoco perpetrar la rama paterna, ya que se enorgullecía de que su abuelo materno hubiese sido un minotauro. Ya había sentido como un vegetal, parte de sus ancestros habían sido animales, y esperar a convertirse en un fósil, le parecía una espera eterna. Su estado actual era perfecto, se jactaba de ello y quería perpetuar su linaje. Envuelto en sus pensamientos, no le dio tiempo a ver lo que sucedía. Una mirada humana lo observaba con curiosidad: - ¡Qué piedra tan fascinante, parece un animal mitológico, me la llevaré a casa para ponerla junto a la colección de piedras raras que tengo, se dijo para si el excursionista alegremente, y a continuación lanzó un grito a uno de sus compañeros: -¡Ehhh, tú, Pepe, bájate de la moto y ayúdame a levantar este pedruzco porque pesa bastante! El minotauro de roca volcánica adornó durante mucho tiempo el alféizar de la ventana de un piso de ciudad con vistas a los tejados de adobe de los vecinos. FIN

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