TE VOY A CONTAR UN CUENTO...


Érase una vez un planeta que no era fértil todavía porque su tierra estaba rodeada por océanos salobres, mares estancados, y los ríos corrían por sus rápidos llevando las aguas de las lluvias torrenciales con tanta velocidad, que arrasaban cualquier tipo de vegetación; aunque, afortunadamente algunas lagunas quedaron aisladas, y la sal se evaporó lentamente, dando lugar a la vuelta a la vida.

En La Gran Laguna que estaba al sur de la Tierra sin Nombre, moraban Los Señores del Territorio. Allí, convergían muy debilitados, éstos cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua.


Al amanecer, la luz pálida de una estrella parpadeante, iluminaba las pesadas crestas de las ondulaciones de La Gran Laguna.

Los dragones bostezaban de su sueño glacial.

El Señor de los Ríos, sacudió su enorme cabeza, y sintió las tenazas de sus escamas como conchas marinas clavadas sobre su cuerpo. Cogió fuerzas y rompió el molde que le aprisionaba. Había quedado atrapado dentro una enorme mole de barro fraguado. Fue un error despertarse en medio de la época de las glaciaciones. Era una figura de terracota y se hallaba sepultado por un bloque de hielo; continuó revolviéndose, hasta que crujió el témpano. Flexionó su cuerpo, y por una hendidura, sacó el hocico. Sólo un hilillo de agua escurría por sus patas. Arañó los bloques de hielo, y se sacudió el barro rugiendo con ferocidad. El panorama era desolador, no había vegetación, sólo algunos líquenes verdeaban las rocas. Con su aliento, los despegó, y con sus fauces los devoró. Decició relajarse, era mucho trabajo el que le quedaba por hacer. Había hibernado tanto tiempo que no se acordaba de cómo era el lugar antes de su gran sueño.
Una vez recuperado, se concentró para acumular calor y energía, y así y poder explorar la zona. Se dirigió a través de unos meandros resecos para visitar a su antiguo compañero y lanzarle un S.O.S.

Los tesoros estaban protegidos por El Señor de Los Caudales. Su trabajo había consistido en guardar, esconder, y proteger las pertenencias de los dioses, para que durante la hibernación no se devaluasen las divisas de sus amos. Era menester de este protector de la Hacienda Celestial, el procurar que sus dueños no quedaran arruinados después de las glaciaciones, ya que se especulaba en ámbitos draconianos sobre la aparicón de otros seres más enclenques, pero más rápidos, y de su terrorífica aparición devastadora. El guardián de los tesoros, probó su aliento en la gélida cueva para comprobar su llamarada de fuego, pero sólo le salió de sus fauces un rosario de cubitos de hielo, se sintió desolado al comprobar que su arma de defensa se había extinguido.


En ese momento, escuchó un ténue bramido que venía del exterior de la cueva, se desentumeció y dando saltitos como una lagartija, llegó a la boca de la caverna, donde El Señor de los Ríos había llegado penosamente y en un estado lamentable.


Los Guardianes Celestiales estaban aleteando en la puerta principal del cielo, donde sus amos, los dioses, se protegían como podían de las bajas temperaturas. De vez en cuando, estos porteros, lanzaban grandes resoplidos a través de las rendijas de la morada de sus dignatarios para calentarles el ambiente. Pero sus esfuerzos eran vanos, en vez de procurarles calor, los envolvían entre brumas húmedas y pegajosas dejándolos más fríos de lo que anteriormente estaban.

Ante este dilema se encontraban los valerosos guardianes, cuando escucharon como la tierra retumbaba, aguzaron el oído y percibieron el sonido de unos rastreos. Eran sus compañeros que venían desde la tierra, el de los caudadales y el de los ríos, que tiritaban y emitían unos grititos casi inaudibles. Se saludaron como solo lo hacen los dragones, aleteando y abriendo las fauces en señal de alegría. A duras penas, lograron refugiarse en un recodo de la morada celestial.

Los cuatro dragones se percataron en el estado tan calamitoso en el que se encontraban, y por concenso, decidieron hacer una huelga para plantearle a los dioses su escasez de medios.

- ¡ Abramos las puertas del Cielo !, dijo el Señor de los Ríos.

-¡Rompamos los flancos laterales del templo de los dioses!, apoyó con su ronquido y bramó el guardian de la Hacienda Celestial.

-¡Negociemos señores!, les increparon los escoltas divinos.

Tras ser recibidos en audiencia plenaria- aunque los dioses insistían en que estaban muy ocupados, decidieron recibir a sus subditos-, se aceptó la moción de plantear una lucha sindical. Los dragones no comprendían por qué los dioses no cambiaban la climatología y acababan de una vez por todas con el hielo que los paralizaba. Afortunadamente, antes de terminar la reunión, apareció el dragón del Tiempo Atmosférico y les explicó que los dioses no podían hacer nada porque eran las fuerzas naturales las que imperaban. Este guardián de los cielos, tenía mayor información que los otros por haber estado ocupado sobrevolando el planeta y conocía qué volcanes todavía retenían algo de calor, incluso de fuego.

Tras acalorados debates, llegaron al acuerdo de estudiar la orografía , y por fin, localizaron un volcán llamado La Estrella Caída. Con gran entusiasmo, decidieron hacer una incursión de emergencia. El de los caudales les mostró los pasadizos subterráneos que conocía al dedillo, y el de los ríos, los barrancos secos que les llevarían hasta su salvación.
Después de un recorrido infernal llegaron depauperados y exhaustos hasta la boca del volcán. Incrédulos, observaron que delante del cráter había más dragones coleteando, bramando y con una algarabía propia de una fiesta.

Los Guardianes Celestiales se pusieron en guardia, les increparon para que se identificaran, y uno de los intrusos, parloteando alegremente, les dijo que él había recorrido muchísimas millas para llegar hasta el volcán. Venía de La Gran Roca,- exáctamente de Escocia, para poder situarlo-. Otro, que si se había recorrido medio mundo, puesto que vivía en la Llanura Celeste- llamado posteriormente El Ceste Imperio-. Y el tercero, provenía del territorio del Gran Río Sagrado-La India para más señas-, y bramaba que en su tierra también se habían quedado en sequía.


Se formó tal alboroto alrededor del cráter, que nuestros protagonistas no podían creerse lo que estaban viendo. Todos ellos reivindicaban una subida salarial, e incluso, vieron a un grupo de ancianos dragones que coleteaban al unísono e insistían en un retiro sustancioso para su jubilación.


-¡Qué anacronismo es éste, se impuso con su potente bramido uno de los guardianes celestiales en medio de una pléyade de animales disparatados, - ¿ Quiénes os habéis creído qué sois ? ¡ No os conocemos de nada ! ¿ De qué lugares nos habláis ? ¡¡¡ No nos creemos nada de nada!!!...terminó con un ronquido el segurata de los dioses.


El guardián de los Cielos, o el controlador aéreo, como lo llamaban cariñosamnete sus compañeros, le sujetó antes de que atacara a algunos de los forasteros, y entre forcejeos, le explicó que las glaciaciones no habían sidio tan fuertes en todas las partes del planeta, y que mientras que en esta parte en la que vivían, todavía estaban en taparrabos, o mejor dicho en tapa- colas, ya había sido el el pricipio de la Era Cuaternaria en algunos de los lugares desde donde venían los otros dragones, y ya habían tenido tiempo de quitarse el hielo de encima, por eso emigraban en busca de trabajo. No todo el planeta había tenido la misma temperatura, les aseguró a sus cuatro compañeros. Él conocía muy bien las formaciones orográficas, y sabía que era verdad lo que les contaban.

El guardian de los dioses, enmudeció, y sintió vergüenza por su ignorancia, ya que sólo había conocido a sus amos, los dioses, y nunca llegó a pensar que había más habitantes que los que moraban la Gran Laguna.


Todos los dragones rugieron contentos, aletearon, y aseveraron con sus cebezotas que era cierto lo que decía el señor de las alas grandes. Y puesto que habían llegado hasta allí, querían que se les reconociesen sus derechos a no ser discriminados solamente por ser extranjeros.


Se hicieron grupos de trabajo; uno, custodiado por el de los ríos, que pronto se hizo amigo del dragón originario del territorio del Gran Río Sagrado; otro, con el que venía de La Llanura Celeste, que logró entablar conversación con los guardianes celestiales, -tenían en común la misma religión, ya que los dioses influyeron en su educación mientras guardaban las puertas del cielo-. Y los de La Gran Roca, -escoceses para más señas- negociaron con el de los caudales. Incluso programaron algunas incursiones para llevarlos a visitar un lago misterioso al que ya le habían puesto nombre: 'ElLago Ness'. Necesitaban refuerzos para convertir en leyenda una idea que les rondaba la cabeza desde antes de las glaciaciones: vivir en ese lago incluso cuando la desaparición de los dragones fuese un hecho. Querían pervivir, y su plan era perfecto.


En la puesta en común de los diferentes grupos de trabajo, todos llegaron a un consenso, era un anacronismo que los dragones siguieran existiendo. Ellos, ya no tenían cabida en la Era que se les avecinaba, sabían que tenían que extinguirse. Lo aceptaron. Serían la última generación antes de que la hibernación culminara. Había sido un lapso, una falsa esperanza, nunca tendrían que haberse despetado, fue un cambio climático brusco el que les impulsó a salir de sus trampas de hielo.


Sólo se quedó cabizbajo y pensando el Señor de los Caudales, puesto que tenía que entregar a los dioses toda la Hacienda Celestial, y sintió que en realidad, toda esa fortuna les iría muy bien a todos los dragones para poder sobrevivir hasta su extinción. Así, que tomó la palabra y solemnemente dijo:


-En nombre de mis antepasados, Los dragones de la Custodia y Administración de la Hacienda Celestial, he decidido hacer un reparto equitativo entre nosotros, y nuestros compañeros que han viajado desde tierras lejanas, expuestos a temperaturas tan bajas como las que nosostros hemos sufrido, y que han llegado hasta nosotros para...


No tuvo tiempo de terminar la frase, todos los dragones se avalanzaron en tropel hacia la cueva de los tesoros para averigüar qué había escondido durante tanto tiempo El Guardián de la Hacienda Celestial.
Se arrastraron unos kilómetros con ansiedad, arañaron las rocas, hurgaron en los huecos, y continuaron buscando noche y día hasta caer agotados del esfuerzo. Pero los tesoros divinos no aparecieron por ningún sitio. La inmensa fortuna de los dioses en realidad no existía, había sido una burbuja monumental. No había oro, ni platino, ni piedras preciosas, ni nada de nada. El banquero celestial había sufrido una paranoia de tanto escuchar a sus amos especular sobre las riquezas que poseían. No obstante, fue un pionero de la banca, y se le recordará por su buena gestión en la bolsa celestial.


Se consolaron unos a otros, ya que no conocían lo que eran las riquezas, y al fin y al cabo solamente habían sido asalariados. Pero en sus cerebros surgió la idea de que posiblemente su extinción no iba a ser total, que a lo mejor serían necesarios en un futuro, y que algunos de ellos reaparecerían en distintos lugares para revivir y aportar a la memoria de los próximos habitantes del planeta sus historias de dragones.


Y así sucedió, los pioneros del Celeste Imperio, pudieron volver a su tierra y resurgieron en los cuentos de tradición milenaria, donde en efecto, los emperadores les hicieron custodios de sus fortunas. Los del Gran Río Sagrado, el Ganges, cuidando a las princesas hindúes. Los escoceses, como tenían planedo, se protegieron en 'El Lago Ness', y nuestros protagonistas fueron las delicias de los cuentos infantiles de los hijos de esos humanoides escuálidos que habitaron el planeta después de la gran hibernación.


...Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.



*Nota de la traductora: Consta en los legajos que los dragones fueron los antecesores de los animales prehistóricos.

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