UN CURSILLO SALUDABLE


¡¡¡ Shuuuuuuuuuuuuuuuu Hakuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!!! Ese sonido resonaba en la laringe, faringe y otros tubos internos del maestro de Chikung. La melodía era parecida al del 'diyeridú' de los aborígenes australianos que soplan por un tubo largo y permanecen durante horas con esas notas monocordes. El efecto entre los concurrentes producía el mismo efecto, adormecimiento. El silencio en el grupo era absoluto, permanecíamos concentrados con el ritual en el salón del gimnasio. El viento mecía el portalón y éste aportaba más notas musicales: 'Shuuuuuuuuuu Hakuuuuuuuuuu crac, crac, crac', sonaba como acompañamiento. Cada cierto tiempo alguien tocaba en la puerta que se abría con un fechillo. El sonido de la apertura se mezclaba con el 'shuhaku' del maestro y le daba un ritmo parecido al de las piezas de vanguardia: 'Shuuuuuuuuuu Hakuuuuuuuuuuuu, cric, cric, cric', resonaba el cerrojo. 'Shuuuuuuuuuu Hakuuuuuuuuuuuu, toc, toc, toc', los nudillos de los visitantes. La melodía iba 'in crescendo' dentro de mi cabeza: 'Shuhaku crac, crac, crac; shuhaku cric, cric, cric; shuhaku toc, toc, toc.' Al estar situada delante del portalón, me atribuí el cargo de portera, abría un pequeño resquicio por el que solamente podían verme a mí, les explicaba muy bajito con cara de circunstancia, que el salón estaba reservado para un curso de Chikung, y que estábamos muy concentrados. Algunos incrédulos al no oír ningún ruído, empujaban un poco la puerta para cerciorarse y se asomaban. Cuando veían a unas treinta personas con la cabeza baja, de hombros caídos y con las piernas separadas, ponían cara de estar viendo a unos zombis. Era fin de semana y estábamos en un salón de deportes donde se almacenaban los aparatos para los entrenamientos de los estudiantes: espalderas, potros, cuerdas con nudos, escaleras hechas de sogas, colchonetas, balones, etc. Todo un arsenal deportivo nos flanqueaba en la meditación, mientras nosotros sólo hacíamos uso de los bancos de madera. La austeridad oriental se imponía. El sonido de las zapatillas de deporte, los golpes de los balones al encestar y los gritos de los jugadores en la sala contigua acompañaban al 'mantra' de maestro: 'Shuuuuuuuuuuuuuuuuuuu Hakuuuuuuuuuuuu pom, pom, pom' 'Shuuuuuuuuuuuuuuuuuuu Hakuuuuuuuuuuuu pásala ya coño, tira ya, fuera, piiiiiiiii', era un bis que cerraba las anteriores melodías. Su cabeza estaba inclinada con la vista fija en la zona superior de sus genitales - el 'dantián' en términos chinos, que está cinco dedos en posición horizontal por encima de los susodichos-. Las manos, posadas encima de las rodillas y las piernas separadas en encuadre con los hombros. La postura era bastante incómoda para los riñones porque el banco era muy bajo, y me pegaron tales tirones las lumbares, que estuve con frotes de 'flogoprofén' varios días después de haber realizado el curso que se suponía era para mantener la salud. Estábamos sentados en bancos de madera en círculo con la cabeza inclinada. Yo miraba los listones del parqué: figuras de pájaros se me aparecían en la madera, ojos de búhos en las vetas de las tablas. A veces, alzaba la vista para mirar por la ventana, y entretenerme viendo las nubes pasando con sus formas caprichosas de ovejitas lanudas y esponjosas reuniéndose con el rebaño hasta desaparecer. Las hojas bailaban un 'rap' al ritmo de mis neuronas, y zas, cuando intenté levantar la vista para ver por dónde iban los movimientos de Chikung, las cervicales me crujieron y me quedé con tortícolis para el resto del cursillo. Al comienzo de la sesión, creí que el maestro se expresaba en chino, y que un alumno hacía de traductor, pero al aguzar el oído, le escuché un español casi correcto, aunque con una voz muy queda. Hablaba en estado 'zen', que es como un susurro verbalizado, o algo por el estilo. El alumno avezado, que hacía de intérprete, nos explicaba con bastante parsimonia - modulando la voz y arqueando los labios -, lo que el maestro había querido decir. ¿Quién me mandaría a meterme en camisa de once varas?, pensé, mientras me entretenía adivinando los nexos de las frases que el maestro dejaba sueltas, y trataba de seguir su discurso a pesar de la voz en 'off' del traductor. ¡¡¡Shuuuuuuuuuuuuuuuu Hakuuuuuuuuuuuuuuuuuu!!!, volvía a entonar como una letanía mientras todos en círculo abríamos los brazos como para echar a volar, y los cerrábamos a la altura del esternón. Después de cinco horas de martirio chino, con un descanso para tomar diversas aguas templadas: léase, agua del grifo, té verde, rojo y no sé cuántos colores más; aproveché la ocasión para salir a oxigenarme y fumarme un cigarrito. Las ovejitas perseguían a otro rebaño y Eolo soplaba por una enorme trompeta el 'shuhaku' fusionado con el 'rap' de las hojas muertas. Me despedí hasta el día siguiente con la esperanza de que el ritmo de la sesión cambiase. Tenía curiosidad por saber si iba a conseguir los objetivos del curso: mantener la salud, curarme y curar a los demás, alcanzar la felicidad y vivir en armonía. De vuelta a casa en el vagón del tranvía, la cabeza todavía me zumbaba, y otros ruídos se sumaron a la melodía que llevaba metida en las sienes, el 'shuhaku' fusionado con las visagras del portalón: 'shuhakucraccraccrac', con el pestillo: 'shuhakucriccriccric', con los toques, botes y gritos de los jugadores: 'shuhakutoctoctoc, pompompom, pásalaaa yaaa coñooo, tiraaa, fueraaa, piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii';más los frenazos del tren: 'crijjj, crijjj, crijjj'; me estaban rematando, y con el agravante de llevar las lumbares hechas polvo y la tortícolis encajada en las cervicales. La noche transcurrió tan deprisa como mi ansiedad por volver. Fuí al día siguiente para ver si por lo menos me sanaba de los males adquiridos. Mis expectativas se desinflaron, la misma música se repitió en el concierto, a excepción de los ruidos de los jugadores de balonces, les eché en falta, humanizaban la sesión. No sé si serían objetivos terminales o parciales, pero al leerlos en el diploma que nos entregaron al final del cursillo, tuve la sensación de haber hecho todo lo contrario: mi salud se resintió y no curé a nadie. La felicidad que me prometían se me hizo bastante cuesta arriba, porque no quedé ni contenta - que se supone es un paso intermedio para los humanos mortales -. Lo de vivir en armonía, quizás se refiriera a la integración que tuve con el entorno natural, eso sí que lo había conseguido con creces. Tampoco visualicé la luz amarilla o del color que fuera. Observé a los cursillistas con detenimiento para adivinar qué me podría haber sucedido en la sesión de la tarde anterior. El grueso del grupo mantenía los ojos cerrados y cuando los entreabrían, parecía que se acababan de despertar de un sueño muy profundo. Quizás regresaban de un viaje astral y yo me lo había perdido por no haber leído las recomendaciones en la hoja de inscripción: 'PROCURAR DEJAR LA MENTE EN BLANCO, NO PENSAR'. Miles de cursillos tendría que realizar para dengancharme de las formas externas, de los sonidos urbanos y de los de la naturaleza. No me escucho por dentro, ni me veo, creo que estoy hueca. Sigo entrenándome para vislumbrar alguna señal, mientras tanto, he comprobado que incluso en un curso de Chikung hay posibilidades de ponerle música de fusión, y cuando tenga más experiencia, integraré a los dragones chinos en la coreografía. FIN

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